domingo, 25 de julio de 2010

Vivió en la calle, vende café en una estación y se recibió de abogada


Con tenacidad, sacrificio y fortaleza pudo transformar una infancia teñida de dolor en un presente colmado de orgullo. Romina Gyorgyevich (24) encontró en el estudio el refugio necesario para no rendirse. Hoy con alegría la joven muestra el título de abogada que obtuvo hace un mes. Y para llegar a esa meta, desde la adolescencia, madruga todos los días para vender café en la estación de trenes de La Plata.

Romina creció en un hogar donde la brutalidad de un padre golpeador y alcohólico la empujó desde Berazategui junto a su madre y cuatro hermanos a ganarse la vida en la calle con apenas seis años. A los 11 comenzó a peregrinar por hogares asistenciales y centros de admisión para menores donde conoció el abandono y la tristeza. Pero nunca se alejó de la escuela.

Romina reconoce en su mamá a una mujer que siempre la apoyó “como pudo y con lo que tenía”. A los 12, ya sabía que “quería ser abogada” para luchar y cambiar la realidad de los chicos tutelados o alojados en institutos. “Hay muchas injusticias, son pocas las personas que saben todo lo que se sufre en esos lugares”, contó Gyorgyevich.

Cuando cumplió los 16 ya alternaba la venta de café en la estación ferroviaria con viajes al sur del Gran Buenos Aires para terminar el secundario. En esa etapa cumplió el primer sueño cuando la eligieron como abanderada.

En el puesto –que atiende de cuatro a nueve de la mañana– Clarín la encontró entre café humeante y con sus enormes ojos claros repasando un libro de Eduardo Galeano.

Todavía le cuesta creer que se convirtió en abogada, pero ya sueña con un trabajo “más estable”.

En el tiempo que le deja la venta callejera la joven colabora en un consultorio jurídico gratuito que funciona en un barrio alejado de la ciudad. También hace sus primeros pasos ad honorem en el Juzgado Civil y Comercial Nº 5 de la capital bonaerense.

“Quiero ser jueza de Menores o de Familia, hasta ese objetivo no paro” , dijo Romina con convicción.

Mientras tanto todas las madrugadas se instala en la vereda sobre la calle 1 para vender los 30 termos diarios que le permiten obtener una mensualidad.

“Pasé momentos terribles, viví en los peores lugares y conocí todas las miserias de la calle, pero siempre supe lo que quería.

Nunca abandoné las ganas de estudiar, de crecer como persona y de darle revancha al pasado”, aseguró Romina, un ejemplo de vida.

Por Mónica Galmarini.
En Diario Clarín, 25 de Julio de 2010

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